lunes, 27 de agosto de 2007

La inspiración.

Primero vi la sombra en el piso del patio, y yo, curioso, levanté la mirada y descubrí a la inspiración haciendo equilibro en la medianera, como pudo se agarró de un cable y se dejó caer, casi me rompe una maceta la degenerada.

Una vez que logró sacar la pata de la tierra de la maceta y la apoyó en tierra firme, se presentó.

–Soy tu inspiración. –dijo–.

–Me di cuenta –le retruqué– pero llegás en un mal momento, no estoy preparado.

–¿Cómo te diste cuenta que soy tu inspiración? –preguntó curiosa– ¿Acaso tengo un cartelito que dice “inspiración” colgado del cuello?

–Efectivamente...

Impunemente comenzó a dictarme un texto, desesperado busqué un papel y alguna birome o cuanto menos un lápiz.

Me encontré frente a la mesa blanca del patio con un pedazo de carbón en la mano, pero consideré que no le iba a hacer mucha gracia a mis viejos encontrarse con toda la mesa escrita.

Vi por el rabillo del ojo que mi vieja venía con el mantel escoltada por mi viejo que traía la carne. Agarré a la inspiración por el cogote y la escondí atrás de un helecho, pero la desgraciada no se callaba, volví a agarrarla del cogote y entré a la carrera al living, no sin antes cabecear una maceta de barro que colgaba plácidamente.

En la cocina solo encontré un lápiz sin punta, mi vieja desde el patio me pedía que lleve unos cubiertos, solté todo y le di el gusto. Para cuando volví a la cocina el texto ya se encontraba demasiado avanzado, ¿por qué demonios no tendrá la inspiración un botón de rebobinar?

Hallé un sacapunta y con el apuro no me di cuenta que estaba sacándole punta a un carbón, mi viejo me pidió que le alcanzara el sacacorchos, cumplí con mi deber de buen hijo, por fin encontré un anotador, agarré el lápiz y me sentí un imbécil al notar que estaba intentando sacarle punta con un destapacorchos. Volví al patio e intercambié elementos con mi padre escudándome en que le quería hacer un chiste.

Volví a la soledad de la cocina, soledad que se vio interrumpida cuando mi viejo vino a intercambiar el anotador por la bolsa de carbón, no sin antes pedirme que la corte con mis chistecitos. Cuando se retiró mi padre saqué a la inspiración que estaba debajo de la mesa, saqué punta al lápiz, busqué la primer hoja vacía del anotador y le imploré que repitiera el relato.


Bueno... pero el asado estuvo riquísimo...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelenteeeeeeeeeeee!! Me parece igual que muchas veces es la Maldita Justicia Poética la que se disfraza de inspiración y nos la creemos, y nos esforzamos, sólo para darnos cuenta que era un chiste, porque no vamos a poder repetir ni un cachito de esa súper idea...

Y menos durante un asadito en familia!!

Marcelo Bruzzo dijo...

Sospecho que usted tiene razón estimada, es probable también que por una cuestión presupuestaria la entidad medianeral (????) haya elegido ser "Inspiración" y no "Maldita Justicia Poética". Convengamos que un cartel tan grande le hubiera salido mucho mas caro.