Vivimos siempre apurados, no es que nos falte tiempo, disponemos de nuestro tiempo para que nos sea mas difícil tomarnos un tiempo, en el fondo no encanta decir “tengo que salir rajando, porque no llego” es el engaño de sentirnos activos. Desde pequeños lo hacemos, dejamos la tarea del cole para último minuto, es cierto que no la hacemos en un primer momento porque no nos gusta, pero también es cierto que disfrutamos de esa adrenalina de hacer todo a las apuradas.
Claro que dicho comportamiento tiene sus desventajas, nos colgamos tanto de la palmera que cuando nos damos cuenta de la hora terminamos salando la carne con odex, la pizzería ya cerró y el helado que pedimos hace siete años todavía no llegó.
Luego por esas cosas de la vida uno se enamora. El amor no resiste agendas, el mundo se detiene, y los medios de transporte se vuelven cómplices, uno se queda como bobo viendo a su amada, pero una mirada boba de doctorado, y entre tanto cruce de miradas, el reloj, que se pone celoso, nos lanza una mirada asesina, tenemos diez minutos para cruzar toda la ciudad, pero cuando uno está enamorado el bondi llega cuando uno llega a la esquina, pagás boleto, conseguís asiento e inmediatamente se rompe la máquina, los semáforos se tildan en el verde, y en cada parada en la que seguimos de largo la gente hace la ola, obviamente festejando tu enamorada alegría.
Pero lamentablemente no siempre el amor es eterno, y a veces tan solo hace falta una leve brisa para apagar el fuego más apasionado, en ese momento al mundo se le salta la pausa, el bondi pasa de largo cuando te faltan metros para llegar a la parada, nunca viajas sentado, y sigue subiendo gente de tal manera que deja de ser un medio de transporte y pasa a ser un completo de transporte.
Y volvemos a la vida apurada, disponemos de nuestro tiempo para que nos sea mas difícil tomarnos un tiempo, en el fondo no encanta decir “tengo que salir rajando, porque no llego” es el engaño de sentirnos vivos.
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