Referente al vibrato en la música
Bueno, esto es motivo de interminables peleas, sobre lo que está "bien" y lo que está "mal" a la hora de cantar.
Yo respeto mucho a la gente que tiene vibrato en su voz, me refiero al vibrato educado por un correcto entrenamiento vocal, pero si hay algo que logra que me hierva la sangre (una de tantas cosas) son los cantantes perezosos que escudándose en la falsedad enseñada por la gran mayoría de los profesores de canto en argentina que dicen que una voz sin vibrato no es sana, o natural dicen algunos, se niegan a cantar sin vibrato a pesar de quedar fuera de estilo.
No saben lo que se pierden, me refiero a que obviamente no se puede cantar ópera sin vibrato, porque es una sentencia de muerte para las cuerdas vocales, por eso me gustaría que algún día comprendan que cantar otros estilos musicales diferentes a la ópera con una voz llena de vibrato es cuanto menos HORRIBLE y deberían rebajarse, no, perdón, superarse y saber cuándo deben cantar sin vibrato.
Les dejo un link a este video de Henry Purcell, y aquellos que sepan inglés lean el comentario, porque es sumamente gracioso (bueno, tal vez un pelín agresivo) y refleja lo que muchos pensamos cada vez que escuchamos algún coro de "alumnos de canto lírico" destrozando una obra tan bella como ésta.
Que les sea leve.
Cello
Editado: Decidí apiadarme de aquellos que no saben inglés y acá transcribo una traducción aproximada (es que tengo sueño) del comentario:
"Que cada soprano que utiliza vibrato en un coro de iglesia -- y se sale con la suya porque es la esposa del organista -- sea encadenada a una silla por 12 horas y le hagan ver este vídeo hasta que prometa a Dios que finalmente entiende el concepto de la entonación. ¿Si ella usa su vibrato al siguiente ensayo porque no puede evitarlo? Otras 12 horas en la silla viendo éste vídeo."
Hay gente que puede lograrlo
Bueno, para alegría de la Tía Coni sigo robando con las noticias, pero es por una buena causa.
Perdón que este monotemático, sigo obsesionado con este tema de la voz con vibrato y les dejo esta nota que apareció en Página 12:
Ver nota en www.pagina12.com.ar
Miércoles, 03 de Agosto de 2005
RENEE FLEMING CON BILL FRISELL Y FRED HERSCH
Algunas grandes canciones y la “otra voz” de una soprano
La gran figura de la lírica actual, junto a dos ídolos del jazz, construye versiones memorables de temas populares.
Subnotas
Por Diego Fischerman
Un género musical, además de una serie de normas estilísticas y una historia particular en la que se inscribe, implica un sistema de valor. Más allá de las pretensiones acerca de la existencia de algún criterio universal de valor, se sabe, lo que es bueno para un lied de Schubert puede ser pésimo para un blues y un excelente artista de flamenco puede hacer bolsa un tango. Louis Armstrong y Dietrich Fischer-Dieskau fueron grandes cantantes, por ejemplo, pero, obviamente, cualquiera de ellos hubiera fracasado sin atenuantes en el territorio del otro. El razonamiento, sin embargo, tiene una falla: hay casos en que no hay género musical en absoluto. O, mejor, en que una determinada conjunción entre intérpretes y repertorio es capaz de crear un género nuevo, con reglas propias. Y eso es lo que pasa en el último y extraordinario disco de la soprano Renée Fleming.
La notable cantante, una de las estrellas máximas de la escena lírica actual, aparece en la tapa del CD, bella y con un gesto que sugiere una cierta introspección. Su vestido deja asomar el comienzo de sus senos. Hasta allí todo en orden. El título del álbum genera la primera inquietud: Haunted Heart, una canción de Howard Dietz y Arthur Schwartz incorporada definitivamente al mundo del jazz. Podría corresponderse con uno de esos proyectos inventados por los sellos discográficos para tratar de conseguirle a un artista un público en algún rincón nuevo. Podría ser un simple artilugio para vender. Podría tratarse de un horrible pastiche, como cuando Plácido Domingo grabó tangos o Dave Brubeck grabó con orquesta. Pero debajo del título aparecen los nombres de los músicos que acompañan a Fleming. Y allí hay otra sorpresa. Se trata del guitarrista Bill Frisell y el pianista Fred Hersch. ¿Ellos se prestarían a algo así? Dicho de otra manera, ¿ellos habrían aceptado tocar en un disco como el que Domingo dedicó a desguazar tangos? La respuesta, claro, es no, y en el disco aparece de dos maneras distintas. La primera, un texto de la propia Fleming, podría ser falsa, aunque no lo es. La segunda no podría ser falsa de ninguna manera: es la música que suena en el disco.
“Este es un proyecto con el que soñé durante mucho tiempo”, comienza Fleming, previsible. Pero lo importante viene a continuación: “No se trata sólo de una exploración en música que me gustó e inspiró a lo largo de mi vida, sino de un viaje personal por un camino abandonado. Con este disco quiero expresar mi amor por un grupo de canciones sumamente bellas y emotivas, independientemente de los rótulos de jazz, pop o clásico, que introducen mi otra voz y un estilo de canto a cuyo rechazo dediqué mi carrera, desde que las circunstancias me llevaron decididamente a la arena clásica”. La travesía, que comienza con “Haunted Heart” y sigue con una versión memorable de “River”, de Joni Mitchell, tiene escalas en la soberbia balada “My One and Only Love”, en una lectura extrañamente melancólica de “In My Life”, de Lennon y McCartney, o en “Cançao de amor”, de Heitor Villa-Lobos, y concluye con “Hard Times Come Again No More”, de Stephen Foster.
Si en todo el disco aparece la idea de cross-over en su mejor sentido posible, en el menos comercial y el más relacionado con descubrir territorios enriquecedores por encima de las fronteras, esta idea se manifiesta de manera particularmente productiva en dos ocasiones en que el camino termina siendo el inverso al planteado por la cantante y es el territorio clásico el que cruza del otro lado. La primera es cuando, para introducir la exquisita “Midnight Sun”, Fred Hersch toca en el piano un pasaje de la ópera Wozzeck de Alban Berg e improvisa sobre él. La segunda es el acompañamiento de Frisell para “Liebst du um Schönheit”, de Gustav Mahler. Hersch y Frisell son dos músicos fantásticos y, tanto cuando tocan juntos como cuando lo hacen por separado, aportan a las canciones siempre un grado de espesor diferente. Sus participaciones no son decorativas, como tampoco lo es Fleming al interpretar estas canciones. Aquí utiliza, en efecto, su otra voz: sin vibrato incorporado a la emisión, con el timbre velado, un fraseo comprometido con las tradiciones de lo que canta y, sobre todo, sin agudos tan exhibicionistas como estridentes. Su voz no es exactamente la de una cantante popular –al fin y al cabo la de Sarah Vaughan tampoco lo era–, pero se aleja con fortuna del modelo cantante lírica condesciende con repertorios menores. Más bien se sitúa en un punto nuevo. En un género que no se corresponde exactamente ni con el jazz ni con la música clásica y que resulta, al contrario de otras mescolanzas, inmensamente productivo de sentido.
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